«He tenido momentos felices, fugaces y efímeros; pero siempre han estado teñidos por una tenue oscuridad, una especie de velo de desesperanza, brumoso e intangible, que no parece abandonarme jamás».
El mundo es un lugar extraño, repleto de vueltas, curvas y amasijos de encuentros y casualidades. Somos emociones, somos almas que gritan en silencio para que les permitan resplandecer en su estado puro. Pero, ¿qué pasa cuando estás tan adormecido por el dolor que vives alimentado por el efecto placebo?
Las vidas de Bastian y Ariadna han sido tan diferentes como la noche y el día, y a pesar de que ambos han sufrido lo suyo, se aferran tenazmente a la esperanza de ser capaces de socavar el dolor y sanar.
El hilo rojo se acorta y se estira; los ensambla y los disgrega; les da claridad para luego cegarlos, danzando con ellos en una especie de juego cruel. Pero lo importante es que nunca se rompe... O eso dicen.
Asher pensaba que tenía una vida perfecta. Era el mejor en su equipo de hockey, tenía las mejores notas en la universidad y un grupo de amigos que parecían serle fiel.
Pero cuando conoce a Skye, la hermana de uno de sus mejores amigos cree que la chica está loca. Tiene una actitud tan dura que es difícil de romper y suele irritarlo todo el tiempo desde que se ha mudado a vivir con su hermano y él.
Y cuando los chicos del equipo le proponen que no conseguiría conquistar a alguien como Skye, lo ve como un reto que está dispuesto a jugar, una apuesta para conquistar el corazón de alguien como Skye es suficiente para que Asher acepte, pues es demasiado competitivo y no está dispuesto a perder su puesto en el equipo de hockey y pasarse el resto del año en la banca como le han apostado.
Sin embargo, a medida que conoce a Skye, Asher se da cuenta que la chica es todo lo contrario a lo que le ha tratado de demostrar, conquistarla no parece tan complicado como pensaba y el corazón de ella no parece ser el único en juego.