Aún tuvo fuerzas para gritar al sentir que le rompían los dedos de la mano derecha. No podía moverse. Ni siquiera para hacerse un ovillo y proteger su magullado cuerpo por si aún no se habían cansado de golpearlo. Derrumbada en el suelo de la Rivera Verde del río Hudson, mientras el aire no le alcanzaba los pulmones, sólo podía pensar en ella y en que, si ése era el precio por haberla tenido, una y mil veces que volviera a nacer, una y mil veces se ofrecería a esa tortura por volver a tenerla. El dolor físico no importaba. Era peor el del alma, el que le provocaba saber que ella la quería apaleada, rota por fuera y por dentro, hundida; y tal vez hasta la quería muerta. Y en esa cruel agonía encontró su único y desgarrador consuelo. La complacería. Moriría para complacerla una última vez.
49 parts