"Escribo cartas para ti, aunque sepa con certeza que nunca llegarán a su destino, es decir, tus manos. Esas que me gustaría poder sentir en mi rostro, acariciando mis mejillas y delineando mis labios con delicadeza. Esas que me gustaría agarrar con fuerza para saber que nunca me dejarás. Esas manos, que sé, con certeza, que son rudas, con callos y con las uñas comidas. Más no me importa, ya que me gustaría que esos callos delinearan cada curva de mi cuerpo. Me encantaría que tus miradas pícaras se las dedicaras a mis ojos. Que tus ojos oscuros como el carbón enumeraran todas las pecas de mi cuerpo. Y que esas miradas furtivas, que a penas duran unos segundos, se extendieran por minutos, incluso por horas. Dirán de tus ojos que no tienen nada de especial, más, a base de observaciones, he descubiertos que tienen un pequeño brillo, un brillo infantil, más no inocente. Quiero que tus labios acaricien mi nombre como si de terciopelo se tratara. Me llamarían egoísta por decirte que quiero todo de ti, desde tus sonrisas hasta tus enfados. Me llamarían loca si supieran que sé hasta cuantas pecas tienes entre cara, cuello, brazos y piernas. Treinta y tres. Sí, las he contado, millones de veces. No, no me cansaría de poder contar todas las que por tu cuerpo podría encontrar. Me encantaría que un día, solo con mis dedos, pudiera contarlas, y con mis labios, besarlas. Déjame que te diga que te has llevado a la boca mejores platos antes que a mí, pero, como siempre dicen, hay algo en cada persona, que los hace especiales, no digo que yo sea especial, solo te digo, que a mis ojos no hay nada en ti que me disguste. Aunque he de decirte, que cada vez que me dedicas tu indiferencia un pedacito de mi corazón acelera por un segundo y luego se muere. Hasta aquí mi décima carta. A ti, sin llegarte. Atte.: Yo." Y la metió en la caja junto con las demás.
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