A pesar de ser la chica más despreciada de la escuela, Elea es invitada a cierta noche para jugar a una ouija barata con algunas amistades antiguas. Su admiración por la teología y satanismo la conducen hasta el hogar de Craig Tucker, aceptando de lleno y sin rodeos la propuesta que le hicieron. Lo que se esperaba que fuera ese día, lleno de bromas y risas por los gritos afeminados de Clyde, o aparentemente apto para burlarse de cualquier entidad inexistente que estuviera detrás de ese falso objeto, se convirtió en uno que trajo devuelta recuerdos casi olvidados en la memoria de Eleanor y sus compañeros, materializados en personas del pasado ya fallecidas, que claramente ya no eran humanos, sino criaturas del mismo infierno.