Cuando la esperanza de una vida mejor y la ambición por el éxito se juntan, se pueden tomar decisiones que acarreen consecuencias desastrosas. Cuando somos guiados por las emociones y no damos espacio a la razón, los acontecimientos negativos de la vida dejan de ser simples casualidades y se convierten en visicitudes provocadas por nuestros mismos pensamientos y nuestras mismas acciones. A veces, nosotros creamos el mal que nos pasa.
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