Hyunjin se encontraba sentado en el suelo marmolado de su sala de arte, admirando la totalidad de pinturas que había creado y conservado con el paso de los años y, por primera vez en su vida, se sintió completamente pleno. "¿En qué piensas?" Ella tomó lugar a su lado y recostó su cabeza en el hombro del más alto. "En que nosotros tenemos bastante en común con estos cuadros". "¿Eso crees?" Alzó su mirada para intentar comprender las palabras del pelinegro, quien asintió a su pregunta. "Existen muchos implementos para crear arte. Acuarelas, acrílicos, óleos... Todos estos deben ir en un lienzo para que puedas ver sus verdaderos colores y texturas. Yo soy el papel en blanco, listo para ser transformado en el reflejo de los ojos de un artista inspirado. Pero, ¿sabes qué es lo realmente esencial para que esa combinación de materiales resulte en una pieza digna de admiración? Aún teniendo las mejores pinturas del mundo, no puedes hacer nada sin un pincel que retrate tus más preciados deseos en una representación tangible y, para mí, tú eres ese pincel. Eres quien me permite dibujar la felicidad. Eres el pincel que llena mi vida de colores".