Se sentó en el trono de sangre, aquel donde el control se ejercía. Miró a todos a arrodillarse, sus aliados, sus enemigos, sus amigos, aquellos que lo apoyaron en el redocamiento de su padre. Ahora él era el Rey, en sus manos estaba el poder, solo debía tomarlo, adueñarlo, liderarlo pero... solo al lado correcto.
Encontrar el camino en medio de la guerra no sería un festín, sobre su espalda bailaban los enemigos, otros en cambio desviaban la mirada sin apoyarlo.
Había enemigos más letales que los humanos, tan peligrosos que no dejarían ni arena de este reinado. Sus viajes le enseñaron los lados del mundo, cosas que jamás hubiera un niño imaginado, era su oportunidad, la única manera de dirigir y salvarlos de la catástrofe que iba en aumento.
En su izquierda yacía la mujer más hermosa que había visto, con el nombre de Renacimiento, ella era un enigma de verdad. A su derecha estaba Lune, su joven soldado más fiel, la alma más bella en el mundo, los dos eran sus soldados más fuertes, sus escudo y arma.