La arena es la que determina el tiempo. La que se desliza entre el vidrio antes manejado a un fuego tan alto para darle la forma de reloj, aquellos granos de arena sacados de una playa de Capri donde posiblemente vieron el último ocaso de sol color albaricoque que sellaba el verano, y la madera de cedro roja tan codiciado como los metales que se esconden en la tierra, todo junto, solo daba paso a algo que siempre me ha perseguido, el tiempo, aquello únicamente más importante que todo lo que he mencionado, es por eso que los relojes son caros, no por lo precioso y delicados de sus sistemas, más bien porque es en ellos donde lo más importante pasa sin detenerse. Y soy testigo de eso.