Siempre he tenido miedo de salir de mi zona de confort, miedo de probarme un vestido o unos jeans nuevos por terror a cómo se verían en mis caderas anchas y mi abdomen no plano, miedo de probar un sabor de helado diferente, miedo a cambiar de ciudad, miedo de no encajar o no ser la persona que todos esperan que sea. He vivido toda mi vida con temor a hacer algo diferente y no ser lo suficientemente buena en ello y he pasado los últimos diez años bajo el ojo estricto de mi familia, escuchando sus reproches y burlas.
Ahora, a treinta y dos kilómetros de mi antiguo hogar, pretendo cambiar las cosas. Basta de bajones emocionales sin sentido, basta de dejar mi cabello suelto para que no se vean mis cachetes tan redondos, basta de no intentar cosas nuevas y sobretodo, basta de no amarme y no mirarme con los ojos que merezco.
Pero claro, hay un abismo enorme entre pretender y conseguir el objetivo.