Ella tenía un inmenso anhelo por ver la luz, quería olvidar su pasado, deseaba salir de aquellas tinieblas que la han mantenido cegada desde aquel accidente, desde el día en que su manera de pensar cambió.
Envuelta en aquellos espinosos brazos que la tenían colgando en el gran abismo, logró conocerlo. Lo vio a él, su última esperanza de vida, su último grito de soledad. Será la última vez que sus sentimientos dejaran de dormir profundamente en la caja envuelta por el odio y el desprecio.
La chica que escribe esto, solo pide una cosa, que nadie se entere de la existencia de esta historia, no es nada importante, no aportará nada a nadie, tampoco deja alguna enseñanza en común, solo escribe esto para derramar el dolor que tiene.
Todos tenemos una caja, donde guardamos todo lo que hemos vivido, recuerdos, emociones, sentimientos, desgracias, dolores y tristezas.
Ella tiene una caja, esa caja empezó ha ser llenada gracias a su chica, pero al final, cuando era momento de cambiar de caja, esperaba estar llena de sentimientos y lindos momentos, pero solo había desesperacion y dolor, recuerdos y palabras falsas, besos pasajeros y por último, lágrimas.
Solo quiere encontrar a alguien que le de palabras de honestidad, alguien que sea sincera con ella, ha conocido ha tantas mascaras, que se ha quedado sin cajas.
Para Park Sung-hoon, el matrimonio es solo un trámite necesario para asegurar su herencia y mantener el control de la empresa familiar. Para Loa, es una salvación inesperada cuando está al borde de perderlo todo.
Un contrato, seis reglas estrictas y un acuerdo sin emociones de por medio... o al menos, eso creen.
Loa y Sung-hoon no podrían ser más diferentes: ella, una artista soñadora con un pasado lleno de cicatrices; él, un heredero frío y calculador que solo ve el amor como una distracción innecesaria. Pero a medida que la convivencia se vuelve inevitable y las líneas entre el deber y el deseo comienzan a difuminarse, ambos descubrirán que el mayor problema no será fingir ser una pareja perfecta, sino evitar que los sentimientos reales destruyan el trato que los une.
Porque en este juego de conveniencia, el amor nunca fue parte del contrato... ¿o sí?