Ella era su joya más preciada y él ya no la quería lejos, no dejaría que pasará más tiempo sin tenerla a su lado, no quería leer los poemas que le escribía, quería escucharlos, no quería sentir tristeza al oír en susurros su nombre, quería que los días brillaran al escuchar su risa. El sultán sabía que esto traería un gran revuelo en el harén, pero nadie sabía que también sería la espada y escudo del imperio.