Los nervios y el pánico recorrían mi cuerpo a partes iguales mientras esperaba. Todo estaba listo. Había llegado al lugar que él me había indicado con tiempo de sobra para poner todo en orden. Ahora que ya había acavado, estaba hiperventilando a causa del miedo. Apenas me percaté de esto, me esforcé por llevar mi respiración a un ritmo lento y pausado, para intentar apasiguar los latidos de mí alocado corazón. Una parte de mí quería quedarse ahí y esperarlo; concluir con el rito y que las cosas se sucedieran por si solas. La otra parte de mí, la que por lo general tomaba las decisiones racionales, estaba chillando y deseaba salir pitando de allí y que nada de esto fuera real; No lo haría, por supuesto; estaba demasiado enamorada de él como para escapar, y sabía perfectamente que no podría volver a vivir como si nada después de haberlo conocido, a él y a su maravillosa familia, de la cual yo quería ser parte. Cuando apenas había conseguido que diera un par de latidos a su ritmo normal, mí pobre corazón se detuvo definitivamente por un eterno segundo cuando ël apareció. Solo se escuchó un leve susurro, semejante al de una cortina suavemente mecida por el viento, y me invadió su perfume; ese perfume de miel, lilas y resabio a sol. Mientras la sangre volvía a sircular por mi tembloroso cuerpo, me giré para encararlo. Me olvidé de respirar cuando lo vi: estaba de pie, con los brazos cruzados, la espalda apoyada contra la rústica puerta de madera,, observándolo todo con curiosidad e interés. Di un dubitativo paso hacia él mientras suspiraba para darme valor. Había llegado mi momento, iba a morir.