Frío, inexpresivo, solitario. Así lo describiría cualquier persona al apuntarle con el dardo de punta roja etiquetado con un papelillo en las letras llamativas pero apagadas siguientes "Peligroso", nadie lo conocía exactamente, nadie sabía realmente quién era él, donde vivía, o que hacía ahí. Todas las heladas mañanas, se posicionaba bajo el oscuro cielo, un cuerpo, un cuerpo vivo pero frío, acompañado siempre de la fiel sombra, y de la oscuridad de las solitarias mañanas en el tren, siempre observando y observando, cada movimiento de alguien, cada respiero y cada pulso. Todo lo veía, al que le hacían llamar... el Vigilante.