Madara siempre fue un hombre muy calculador, como no, si de eso dependía su vida en el campo de batalla y pocas veces se dejaba llevar de sus emociones, pero con ella era distinto. Nunca supo por qué no podía dejar de mirarla, nunca supo por qué su cuerpo se movía solo para seguirla, y nunca supo por qué le palpitaba el corazón cuando la veía a los ojos. Madara no creía en el destino, sino, que cada quien forjaba su futuro con sus decisiones, pero Madara sospechó que aquél día fue demasiada casualidad que, justo en la misma subasta, pudiera encontrar a la misma mujer que había anhelado ver durante casi un mes. "-¡200 monedas de oro!- gritó el subastador. Le tembló el cuerpo y le sudaron las manos, esto no podía estar pasando, un nudo se formó en su garganta y sudó tras su máscara cuando tres hombres más alzaron la mano para pujar por ella. -¡250! ¡300! El caballero de la esquina ofrece 400 ¡400 a la una, 400 a las dooos...-gritaba el subastador. Verla apenas tapada enfrente de tantos hombres le dio náuseas y coraje, solo él podía verla así, era ahora o nunca. Subió su mano bien alto y extendió sus cinco dedos para que el subastador entendiera bien el mensaje. -¡Tenemos 500 al fondo! ¡500 a la unaaa, 500 a las dooos...¡VENDIDA AL DIABLO DEL FONDO POR 500 MONEDAS DE ORO. Sus ojos.