El color de su cabello estaba tan conectado con su pelaje, como estuvieran hechas para la otra, como mejores amigas que realmente se sentían: negro, como la noche y ligero, como una pluma. ¿Alguna vez he amado tanto a un animalito como mi preciosa gatita, Reint?, pensaba ella, mientras observaba cómo aquella gata, que estaba amamantando a sus últimas y pequeñas crías al lado de su almohada, de pelaje como la noche y de ojos miel que brillaba bajo la intensa luz del sol, le había salvado la vida muchas veces hasta el punto de que aún estando embarazada, en tres ocasiones, era la niña que la cuidaba como ahora ella cuidaba de sus seis gatitos y de ella. -Jamás -determinó, con una sonrisa en sus labios, en voz alta, mientras uno de los gatitos, de color avellana, se le acercaba lentamente para dejarse mimar por su ahora segunda madre.
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