Una casualidad contra todo pronóstico, casi imposible de suceder, que acabó conectando dos corazones que estaban destinados a estar juntos al igual que el agua y la sal de la playa. Un amor en el cual eran las personas, pero no el momento. Un amanecer que parecía infinito y acabó en una tormenta de verano llena de arena de playa. Un cruce de miradas que creó una historia del día a la noche, concluyendo en un anochecer sensible al tacto. Porque fue un amor real, de los más reales y leales, que por desgracia fue algo mágico con un final trágico. La prueba de que las casualidades no existen, y que si alguien aparece y es para ti, no es por obra de magia, sino del destino.
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