Pobre niña rica...
Esa frase tan trillada y que en ocasiones suena tan peliculera, me ha ido persiguiendo a lo largo de todos estos años, desde siempre, desde que tengo uso de razón, al igual que si estuviese tatuada en medio de mi frente para no olvidarla jamás.
Todo aquel que se ha cruzado en mi camino ha compartido ese único pensamiento, sin siquiera esforzarse en escarbar un poquito y descubrir qué hay tras esa primera impresión. Que sepas que eso tiene un feo nombre: prejuzgar.
¡Clichés! Tópicos clichés enquistados en nuestra sociedad, en nuestra vulnerable psique, en nuestros imperfectos corazones... como un maldito cáncer: "la rubia tonta", "el gordo feliz", "el pobre delincuente", "el calvo malvado", "el maltratado maltratador".
Sin embargo, es tan simple como rasgar un poquito con las uñas esas finas capas de piel, tan sólo un poquito, no demasiado, aunque sí lo justo para retirar los primeros estratos que la recubren y que enmarañan nuestra visión y con ello la objetividad de ser capaces de ver más allá de nuestras malditas narices.
Porque es necesario aprender a aprehender, observar y no solo ver con los ojos, sino con el alma, pues la gran mayoría de las veces, lo que ves, no es lo que crees ver.
Así que... sujétate muy fuerte porque se avecinan curvas peligrosas.
Bienvenido/a a mi historia...
La historia de Charlotte Juliette Evans.
Complejos e inseguridades están en todas las mujeres, principalmente en mí, que por más que los otros encuentren algo bonito al verme, cuando es mi turno de mirarme en un espejo, no comprendo cómo es posible para ellos.
Malas experiencias, flechas fallidas de Cupido y un dolor inmenso es lo que me conforman, y aunque parezca intro de Las chicas súper poderosas, no deja de ser cierto, aunque no por ello me he convertido en una amargada o en una mala persona, al contrario, inicié de nuevo y estoy cumpliendo uno de mis sueños, aparte de en busca de mi felicidad, pero todo se complica un poco cuando aparece él, el hombre que me provoca taquicardia, que hace que me tiemblen las piernas y del que no me puedo permitir enamorar.
La vida tiene un sentido del humor retorcido ¿verdad?