A Thalia nunca le habían gustado las competencias, no era una chica muy competitiva, pero cuando se trataba de una de la cual dependía su futuro, las cosas podían cambiar. Atesoraba esos días en los que no tenía que preocuparse por nada, en los que el tiempo pasaba tan lento que podía hacer tantas cosas en un mismo día... como levantar el pincel y, con colores al azar, desplazarlo por el lienzo. Sin miedo. Sin inquietudes. Sin cobardía. Sin verse obligada a hacer algo que no la hacía feliz simplemente para complacer a sus padres. Y él era tan distinto. Él tenía algo, como constelaciones en su rostro, unas pecas tan bonitas, unos ojos color miel clarito que parecían nunca dejar de brillar y que combinaban con sus cabellos rubios. Una sonrisa que lograba hacerla olvidar como respirar. Y su voz, simplemente su voz. Tan perfecta, tan hermosa. Lástima que le quitaría el primer puesto; y con ello, él perdería toda oportunidad de demostrar al mundo artístico de lo que era capaz.