Ya sabía de primera mano que Niragi era malditamente atractivo. Sin embargo, tenerlo así de cerca, con su perfil iluminado por la luna y sumido en una extraña paz, me arrancó el aliento por primera vez. -Ya deja de mirarme así -habló sin abrir los ojos. -¿Así cómo? -Pues... así; con esos enormes ojos de depredador. Una risa incrédula escaló por mi garganta. -Entonces sólo estoy imitando sin querer la forma en la que tú me miras. Niragi abrió un ojo para verme. -Sí, claro. Yo nunca te lo he dicho antes, pero tú sabes muy bien que tienes una mirada bastante intensa. A veces un simple vistazo tuyo me hiela la sangre. -¿A ti? ¿Helarte la sangre? Pero si cuando te dispararon te salieron cubos de hielo en lugar de sangre. Con una sonrisa en los labios me giré entre las sábanas hasta darle la espalda y cerré los ojos para tratar de conciliar el sueño; pero no habían pasado ni diez segundos cuando sentí la mano de Niragi rodearme por la cintura. -¿Cubos de hielo? ¿Cómo puedo tener cubos de hielo si sólo verte usando ese remedo de pijama me pone así? -contrajo su brazo y me acercó a él lo suficiente como para que pudiera sentir contra mi trasero lo duro que estaba. Tragué en seco, pero dos podíamos jugar ese juego. -¿A qué le dices remedo de pijama? Yo duermo desnuda, Niragi.