Candy nunca pensó que una simple caminata de regreso a casa cambiaría su destino para siempre. Una noche fría, la intercepta un hombre encapuchado que oculta su rostro tras una máscara sin rasgos. En el sótano de una casa que parece tan desierta como su captor, Candy vive bajo un conjunto de reglas estrictas: horarios de comida, silencio absoluto durante las noches, y la obligación de escribir en un cuaderno lo que siente cada día. Con el paso del tiempo, Candy descubre que su captor no es un monstruo ordinario, sino un hombre quebrado, marcado por cicatrices en la piel y en el alma. Él no pide dinero porque nunca la quiso por eso. No revela su identidad porque su mayor secreto es su vulnerabilidad. El cautiverio, que debería ser insoportable, comienza a transformarse en una experiencia extraña: miedo mezclado con ternura, dolor que se confunde con placer, órdenes que se convierten en una especie de protección. Entre paredes húmedas, cuadernos llenos de confesiones y noches en las que la oscuridad se siente más cálida que la libertad, surge un lazo imposible de romper. Cada marca que deja en su piel, cada regla que rompe, cada palabra que calla... se convierte en un recordatorio de que lo que los une es más fuerte que el miedo. Una relación prohibida, tóxica, intensa y adictiva. Porque a veces, amar en la oscuridad es la única forma de sobrevivir. Él: un captor anónimo, quebrado, con cicatrices físicas y emocionales. Ella: víctima que pasa del miedo al descubrimiento y luego a la dependencia emocional. El vínculo: nace del trauma, se alimenta de la oscuridad y termina siendo una mezcla retorcida de amor, dolor y necesidad mutua.