Raquel miró a través de la ventana del café, observando el bullicio de la ciudad de Alicante en la distancia. Era una tarde de verano tranquila y soleada, y la brisa marina refrescaba su piel. Era la tercera vez que visitaba aquel café, que estaba ubicado en la plaza central de la ciudad. De repente, Raquel notó que alguien se sentaba en la silla vacía de enfrente. Levantó la vista y vio a un hombre joven, con una sonrisa amistosa y unos ojos que brillaban como dos faros en la noche. "Disculpa, ¿está libre este asiento?", preguntó él, señalando la silla frente a ella. Raquel asintió con la cabeza y sonrió. "Claro, adelante". El joven se sentó y se presentó como Carlos, un recién llegado a la ciudad que buscaba un lugar tranquilo donde relajarse. A partir de ahí, comenzaron a hablar, intercambiando historias y risas. Parecía que habían conocido desde siempre. Después de ese primer encuentro, se intercambiaron números de teléfono y comenzaron a hablar y salir juntos. Descubrieron que tenían muchas cosas en común, como su amor por la música y el cine. Raquel llevó a Carlos a los lugares más hermosos de la ciudad, como la playa de San Juan y el castillo de Santa Bárbara. Con el tiempo, Raquel y Carlos se enamoraron profundamente el uno del otro. Carlos se quedó a vivir en Alicante, lo que les permitió pasar aún más tiempo juntos y profundizar su relación. Sin embargo, también tuvieron algunos desacuerdos, como cuando Carlos tuvo que viajar por trabajo a menudo, o cuando Raquel dudaba de su propia capacidad para amar. A pesar de estos obstáculos, su amor floreció y creció cada día. Se apoyaron mutuamente en los momentos difíciles y celebraron juntos los buenos momentos. Finalmente, se casaron en la hermosa catedral de San Nicolás, rodeados de amigos y familiares. Desde entonces, han vivido muchas aventuras juntos, pero nunca olvidan el momento en que se conocieron en aquel café en la plaza central de Alicante, el día en que sAll Rights Reserved
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