Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Qué he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese honor recóndito la mano de ninguna bajará a despertarme tu puñado de huesos! Oh muerte, yo te amo, pero te adoro, vida... cuando vaya en mi caja para siempre dormida, haz que por vez postrera penetre mis pupilas el sol de primavera. Déjame algún momento bajo el calor del cielo, deja que el sol fecundo se estremezca en mi hielo... era tan bueno el astro que en la aurora salía a decirme: buen día. No me asusta el descanso, hace bien el reposo, pero antes que me bese el viajero piadoso que todas las mañanas, alegre como un niño, llegaba a mis ventanas.
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