Lo que parecía normal realmente no lo era y no fue hasta los 18 que pude descubrir que vivía en una completa mentira. Todo aquello que creí real era fruto únicamente de mi imaginación. Sin darme cuenta, mis decisiones no eran cosa mía sino de esos que decidieron que mi vida les pertenecía. Nunca fui consciente del día en que todo había cambiado, pero mi capacidad de observación me permitió ir un paso por delante. Cada detalle, cada palabra, terminaba siendo analizado por mi mente y sabía que algo no estaba funcionando correctamente. Por ese motivo decidí huir de allí: mi cerebro estaba gritando a los cuatro vientos que lo hiciera. Pero, dado que seguían viéndome como la niña buena que soy, necesitaba plantear una excusa factible que validara mi decisión. El problema era pensar que, en una situación como la mía, era yo quien realmente estaba decidiendo. La realidad era mucho más compleja y oscura de lo que imaginé. Pero sabía que no iba a rendirme por nada del mundo. No ahora.
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