Crónicas de un Náufrago Amor

Los humanos somos seres que desde su existencia necesitan creer en algo, en dioses, en personas, en cosas, en el destino.

Realmente la creencia es una elección, una verdad subjetiva, una convicción, algo que consideremos cierto, o quizás no, porque si no crees en nada, ya estás creyendo.

Creer en una fuerza mayor justifica situaciones en la vida que a veces no podemos controlar, justifican el lugar a donde se dirigen nuestros pensamientos y, por tanto, las acciones de nuestros comportamientos.

En esta historia yo elijo creer en el destino, en la sucesión inevitable de acontecimientos de la que ninguna persona puede escapar.

La existencia del destino supone que nada ocurre por azar, sino que todo tiene una causa ya predestinada. El ser humano es víctima del destino titiritero que mueve los hilos de manera que, todo encaje tal y como él desea, permite que florezcan sentimientos, deseos tiernos y oscuros, con la finalidad de que ocurra cosas impensables.

Los monarcas de los reinos de Seather Ait, Westland y Roswerd fueron títeres del destino, uno que al día de hoy no he percibido cuál es su finalidad.