Jakhis gobernaba el desierto infinito de Kumora. Era un emperador. Un gran emperador. Podía tener a cualquier mujer que él quisiera. Todas y cada una de ellas estarían a su merced y disposición y no se revelarían como esta. ¿Por qué no podía tomar a una de aquellas predispuestas mujeres? ¿Por qué solo quería a la ladrona, a la indomable Qudo? Su clase era repudiable, eran actores y bailarines... ladrones que iban de pueblo en pueblo robando todo lo que podían a las honestas personas que se encontraban en el camino. ¿Por qué no podía sacarla de su mente? ¿Por qué seguía recordando con tanta claridad el olor de su cabello? Sentado sobre su enorme trono, el emperador maldijo a la chica de cabello naranja que seguro ahora estaba en el reino vecino. La mando buscar. Y encarcelar. El emperador de Kumora ignoraba que su vida daría un vuelco debido a esa decisión... llevándolo de emperador... a profugo de sus propias leyes.
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