Llegaste a mi vida y la cambiaste por completo de la forma más descarada posible, te tomaste el trabajo de instruirme en todo aquello que nadie más se hubiese molestado en enseñarme y, muy por sobre todo lo demás, me ayudaste a ser capaz de expresar aquello que siento, esas emociones que nunca antes había sido capaz de dejar florecer y que en un pasado lucían inalcanzables para alguien como yo. Como un copo de nieve que descendió desde lo más alto del cielo, me transmitiste una sensación de plenitud tan pronto caíste entre mis manos y; sin embargo, el vacío que me dejó tu pérdida cavó un irremediable hueco en mi corazón que jamás podrá volver a ser llenado, pues tan pronto como entraste en contacto con mi piel te derretiste entre mis dedos. Fui yo el único causante de que hoy en día no estés aquí presente, nadie más aparte de mí fue el culpable de haber apagado tu llama; la única llama que fue capaz de darme calor cuando más lo necesité. Me enseñaste de todo menos a olvidarte.
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