Recuerdo el día en que te conocí, luces fugases vienen a mi mente, estabas tan hermosa en ése café, pasé horas viéndote sin que notaras mi presencia, estabas sentada leyendo un libro con tus audífonos puestos, alejada del ruido de las calles mientras yo me sumergía en el ruido de tus encantos, tu cabello era ver el cielo con ese sol a mediodía cuando sus rayos te dejan ciego, esos ojos que el café ya helado de mi mesa sentía celos de ellos, esos labios tan suaves y tus manos que apaciguaban las hojas de tu libro y las hacían parecer de seda, tu ser me atrapó desde el momento que te vi, decidí dejar de hacerlo para que no te enteraras que te estaba viendo, es que siendo muy sincero conmigo, ése día ya había abusado demasiado al contemplar tu belleza, y como si se tratara de un milagro, tu mirada chocó con la mía, no sé si fue una oportunidad para hacer lo inesperado pero para mí en esa mirada tan inocente comenzó todo, con mucha pena sólo sonreí como un niño cuando contempla su regalo, el más añorado y me devolviste la sonrisa más genuina y bonita que jamás antes miré y me sentí el hombre más afortunado del universo entero.