Nunca debiste gustarme, y aún así me dejé llevar por tu sonrisa fácil, por tus ojos achinados y pelo desordenado. Nunca debiste atraerme tanto que olvidaba dónde estaba solo con pensar en tu manera de hablar. Ahora lo sé con certeza. Nunca debí enamorarme de ti, mucho menos esperar que me vieras como algo más que uno de tus juegos. Quizás nunca debí escribir sobre ti, pero lo hice. Estos poemas te los dedico, al fin y al cabo siempre se te dio bien eso de ilusionarme.