Yo, Izabrani o —como todos me conocen— el Traveler he sido maldecido por una poderosa armada que azotó a mi pueblo cuando ni siquiera podía defenderme. La marca de mi cuello demuestra la sangre de mi gente; la gente que tanto me cuidó y amó estaba siendo masacrada delante a mis ojos mientras era impuesto en mí un destino que habría rechazado de tener elección.
Mi sangre, mi cuerpo, mi alma estaba sucia, mi mente y corazón quebradizos por tantos años de guerra que parecen interminables, en la que yo estuve. Mi destino me ha encaminado en un lugar de desolación, violencia: donde los pecados predominan y el conocimiento de quienes tienen el poder de la Tierra está siendo borrado de la misma. Ambiciones, muerte, deshonor, cobardía, ignorancia y maldad se extiende por el mundo terrenal.
Estoy siendo expectante de lo que los ancestros describían como ‘la llegada, comienzo del fin de los tiempos conocidos’. Nunca he sido demasiado devoto o demasiado crédulo a los ‘falsos’ y ‘verdaderos’ dioses de ellos, más si creo en algo: Lo que vi con mis malditos ojos, fue real y que no es algo de cuentos de camino, yo vi cómo la fuerza de la Oscuridad Infinita se hacía con la sangre inocente, como los ‘dioses’ abandonaban a un poblado, como El Ser de Oscuridad me proclamaba como suyo, vi todo lo que había necesitado ver para comprender de que El Fin —del que nadie habla— está cerca y no tiene fines de detenerse.
‘…La oscuridad tomará la tierra, ni la más alta montaña se escapará de ella. Los incrédulos saborearán el dolor de la pérdida, mientras que los inocentes serán atormentados por el fin de la eternidad (…) Mas, sólo aquella estrella de luz, sendero del Alba tendrá lugar en el cielo para los que recorrieron todo su camino y cumplieron su destino’
—Palabras del Sabio. Libro del Waarheid.
Una extraña obsesión.
No supo cuando ni como empezó, era extraño que cada vez que lo veía sus instintos se ponía a flor de piel.
Su nombre era Daenerys Targeryen, y su vida había estado marcada por una obsesión silenciosa pero profunda: Jacaerys Velaryon.
Pero, como las olas que golpeaban la orilla, su obsesión se estrellaba contra la dura realidad de que Jacaerys parecía tan distante e inaccesible como el horizonte mismo.