A veces solo queremos huir de las consecuencias de nuestras acciones y decisiones, ese momento, ese preciso momento en qué me tomo en sus brazos; al deshacerme, al dejar salir mis sombras, al dejar en libertad aquella niña que no pudo ser. Fue ahí donde supe que sus brazos eran eternos, que éramos uno, mi refugio, mi imposibilidad posible, mi todo.
Comprendí que somos humanos y es válido caer y volverse a levantar, reír, llorar, enojarse, ser tu mismo y vivir a pesar de tus sombras, que siempre hay un mañana, un porqué vivir. Que el perdonar no es de un día para otro, sino que éste se da cuando tú misma te perdonas por permitir que te hicieran daño, es perdonar y ser perdonado por tus sombras, y por creárselas a personas que no tenían la culpa del daño que estás te causaron. Sombras qué no sabía entender...
Sombras qué marcan tu piel, que retumban en tu ser.