En un mundo ideal, donde los humanos han entendido su papel en la naturaleza y habitan la tierra con comodidades y respeto, integrándose al flujo de vida que nos envuelve. Cuando las ciudades no se distingan entre los desiertos, alguien detendrá su paso y se fijara en si, en su cuerpo y sus fallas, encontrando que puede llevar, ese amor a la sincronía, con la que construyen sus ciudades, a el cuerpo humano, reconociendo nuestra arquitectura interna, nuestra geología y nuestros estratos, para curar y fortalecer ese vinculo entre el cielo y la tierra, que son nuestros huesos.