El emperador de Obelia obtuvo nuevamente la victoria. Había conquistado un imperio aledaño, uno poco conocido, pero demasiado interesante. Sin un líder presenté, aquel imperio era un blanco fácil. - ¡N-no! ¡por favor! ¡no entre en la habitación! ¡No lo haga! AGH- Claude hizo oídos sordos y avanzó, dejando a los últimos guardias a merced de Félix. Destrozó las decoraciones; cuadros, mesas, sillas, cortinas. No debía quedar absolutamente nada de este imperio, nada que los hiciera resurgir cómo una amenaza. Conforme avanzaba las decoraciones cambiaban a un color demasiado puro, blanco. Las paredes pintadas y decoradas de blanco. Aún con la marcada diferencia de antes, no detuvo su paso. Al doblar, se encontró con una puerta sellada. Sonrió levemente ante la magia que rodeaba la puerta. No sería sencillo derribarla. Aplicó gran parte de su magia en su espada para poder despedazar la madera. Y al hacerlo obtuvo lo que menos esperaba. - Sacerdote Damian, ¿Es usted? El niño que se convertiría en la salvación de su vida. - ¿Es hora de la comida?