París nunca dormía. Sus luces titilaban como estrellas artificiales, sus calles exhalaban historias en cada rincón, y sus sombras alargadas ocultaban secretos que pocos podían ver. Para Peter Parker, la Ciudad de la Luz no era una metáfora bonita. Era una jaula.
Sus padres habían sido todo para él. A diferencia de otros niños, Peter no creció con cuentos de hadas o juegos en el parque. Creció con códigos cifrados, despedidas apresuradas y la certeza de que el mundo en el que vivían nunca les permitiría ser una familia convencional. Y, aun así, los adoraba. Porque a su manera, lo amaban con la misma intensidad con la que caminaban sobre la línea entre la verdad y la mentira.
Ahora, lejos de ellos, bajo el cuidado de Ben y May, todo era diferente. No es que no los quisiera-los respetaba, los apreciaba, incluso los admiraba. Pero no era lo mismo. Sus tíos eran sólidos, confiables, siempre ahí con una sonrisa y palabras de apoyo... pero también con un concepto de la vida que no encajaba con él.
"Un gran poder conlleva una gran responsabilidad."
Había escuchado esas palabras tantas veces que ya se sentían como una sentencia. Para ellos, era el principio que guiaba cada acción, el fundamento de todo. Para Peter, era solo otra cadena más. No tenía poderes, no tenía un propósito definido, no tenía la necesidad de cargar con un legado que no le pertenecía. ¿Responsabilidad? Claro, sabía lo que significaba. Pero sin poder, solo se sentía atrapado.
Hasta que encontró el colgante de araña.
Frío al tacto. Antiguo. Olvidado en un viejo baúl en la embajada. Lo tomó, sintiendo un leve hormigueo recorrer su piel.
"El equilibrio no es poder. Es saber cómo moverte entre el caos y el orden."
Por primera vez, el mundo dejó de ser una prisión. París dejó de ser una jaula. Se convirtió en su telaraña.
Dicen que hay heridas que sanan y otras que simplemente se transforman en cicatrices invisibles, marcas que llevan el eco de un tiempo que, a veces, preferiría olvidar. Pero, por alguna razón, cada uno de esos recuerdos sigue ahí, palpitante, como si el pasado reclamara su lugar en cada pensamiento que intento dejar atrás.
Primero estaba él... con sus ideales y promesas que en su momento parecieron llenarlo todo, hasta que descubrí que su amor por el poder era más grande que cualquier promesa susurrada a medianoche. Después, la amiga que creí eterna, la que llegó a convertirse en una hermana, con secretos compartidos y sonrisas cómplices... hasta que el amor y la ambición torcieron su camino y el nuestro.
Y finalmente, aquel otro.
Nunca imaginé que encontraría en él algo más allá de miradas pícaras y sonrisas despreocupadas. Jamás pensé que esa sensación extraña que tenía al verlo se convertiría en un deseo de pertenencia, en un anhelo que crecía sin permiso, convirtiéndose en algo más profundo. Fue mi refugio cuando las sombras me alcanzaron. Con él, todo parecía tener sentido... hasta que el mundo comenzó a derrumbarse otra vez.
Sé que las decisiones que tomamos nos moldean. No sé si algún día dejaré de buscar en mi reflejo a la persona que fui antes de que el mundo cambiara, pero sí sé que ya no tengo miedo. Porque el dolor me enseñó a ser fuerte, la traición me enseñó a confiar en mi instinto, y el amor... el amor me enseñó a ser libre.