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Hunter Wittebane es un joven pastor. Un hombre devoto pero atormentado que debe mirar cada mañana a la gente visitar su iglesia y rezarle a dios, algunos rezan por su familia, otros por amor, otros por algún conocido al que le desean el bien. Pero Hunter no tiene nadie a quien rezarle.
Habiendo perdido a lo más cercano que tuvo a un ser querido, su tío. Un hombre despreciable que le causó tanto sufrimiento, pero que ahora recuerda con una cierta nostalgia. Hunter no tiene mucho más que su fé, fé por un dios que nunca responde a sus cuestionamientos.
Una noche, el joven sacerdote recibiría una visita inesperada. Pero no sería un ángel viniendo a brindarle salvación. Sino un demonio, uno dispuesto a darle el consuelo que necesita a cambio de su devoción.
Asher pensaba que tenía una vida perfecta. Era el mejor en su equipo de hockey, tenía las mejores notas en la universidad y un grupo de amigos que parecían serle fiel.
Pero cuando conoce a Skye, la hermana de uno de sus mejores amigos cree que la chica está loca. Tiene una actitud tan dura que es difícil de romper y suele irritarlo todo el tiempo desde que se ha mudado a vivir con su hermano y él.
Y cuando los chicos del equipo le proponen que no conseguiría conquistar a alguien como Skye, lo ve como un reto que está dispuesto a jugar, una apuesta para conquistar el corazón de alguien como Skye es suficiente para que Asher acepte, pues es demasiado competitivo y no está dispuesto a perder su puesto en el equipo de hockey y pasarse el resto del año en la banca como le han apostado.
Sin embargo, a medida que conoce a Skye, Asher se da cuenta que la chica es todo lo contrario a lo que le ha tratado de demostrar, conquistarla no parece tan complicado como pensaba y el corazón de ella no parece ser el único en juego.