Mamá solía contarme un cuento todas las noches. Hablaba de un pequeño duende llamado Erasmus que le robaba los calcetines a los niños mal portados y se los escondía para molestarlos. A veces debajo de la cama, hasta el fondo de los cajones, debajo del sofá o dentro de la chimenea. Para evitar que me hiciera eso, siempre debía dejar un poco de miel en mi ventana, era como una ofrenda de paz. De niña lo hacía, cada noche dejaba una pequeña tapita con miel de abeja y por la mañana siempre aparecía vacía. Era emocionante para mí ver esa tapita vacía cada mañana e incluso cuando ellos murieron seguía haciéndolo, pero poco a poco la acción comenzó a perder sentido y dejé de hacerlo, mis calcetines no desaparecían nunca.