A pesar de estar agotado, el rubio fue incapaz de conciliar el sueño. La culpa se tumbó junto a él y le clavó las uñas en el pecho, causándole el dolor que le impidió alcanzar su mundo onírico. Mil palabras le fueron susurradas al oído, y la caricia del murmullo le dejó la piel roja y candente. La presión se le escapó por los ojos, convertida en apenadas lágrimas. A veces desearía ser capaz de hablar las cosas con Al'Aitham como era debido.