Ella apretó los cuadernos y el libro contra su pecho, donde su corazón le latía a ritmo de rebato. Llegó a su lado y le dijo: -Hola, León. León alargó la mano y dijo: -Hola, Harmonía. Y Harmonía supo que de acordaba de ella. Todo el mundo, al oír su nombre por primera vez, decía: «¿Cómo?». Harmonía era un nombre raro, que a la gente no le sonaba, y ella tenía que repetirselo. Pero León, no. Él se había fijado en ella, igual que ella se había fijado en él entre tantos niños del barco: el único que no lloraba, el más triste de todos, el que tenía los ojos más bonitos. Y había dicho su nombre como si la conociese de toda la vida, desde siempre. ©Marina Mayoral, 2001All Rights Reserved
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