Desde los inicios de los tiempos el Espacio estuvo lleno de una absoluta oscuridad. No existía ningún rastro de luz que iluminara el vacío que se extendía infinitamente en las tinieblas. No existía nada; sólo la impenetrable niebla formaba el Espacio. Ni la luz ni las estrellas existían; ni las aguas y las tierras se hallaban formadas; ni los cuerpos celestiales que se alzan en el cielo nocturno brillaban. Verdaderamente todo aquello no era encontrado en el inicios de los tiempos. Entonces ¿cómo surgieron? El mito relata, entre sus palabras entretejidas y atrayentes, que en ese vacío prominente surgió una estela de luz. Débil al principio, la brillante estela brillaba cada vez más; tanto que su resplandor, la voz de lo inexistente, se expandió por todo el Vacío. Los pequeños haces de luz que se desprendía del resplandor caían sobre el negro fondo, y colgaban suspendidas en la negrura más absoluta, convirtiéndose en las primeras estrellas, las "Imaríes", las "Primeras Luces.
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