Él era un cliente, lo apodaban el diablo, mi jefe, mis compañeros de trabajo, todos a mi alrededor lo conocían, menos yo, jamás lo había visto, jamás debí acercarme a él...o tal vez, si. Cuando lo hice, no me trató como un cero a la izquierda, no me trató como los demás lo hicieron, así que me gustó, pero dicen por ahí que cuando te advierten es por algo, pero ese algo, no apareció cuando le hablé, no apareció cuando lo besé, no apareció cuando me hizo suya, apareció cuando me enteré de la verdad y es algo de lo que me arrepiento, no haberme enterado antes y no haberles echo caso a todos los que me advirtieron sobre él, a los que me miraron mal cuando me veían con él.
Pero luego, llegó esa carta y ahí entendí dónde estaba, lo tenía, justo quise tener a muchas personas, comiendo en la palma de mi mano, él no tenía el poder, lo tenía yo, y eso me hizo sentir más poderosa de lo que era. Pero el poder te puede hacer caer o peor, te puede enamorar del diablo que te hará suya sin compasión, que te dará todo lo que quieres y hasta matará por ti y para ti; para muchos es lo mejor que puede existir, pero yo, tal vez no sepa soportar eso.
1 libro de la trilogía: amores criminales.
*PROHIBIDA SU COPIA O ADAPTACIÓN. SI QUIERES ADAPTAR MI HISTORIA PÍDEME PERMISO ANTES.*
Desde que tengo memoria, he caminado sola en este mundo corrompido, viendo lo peor que tu mente puede imaginar. Nada es tan fácil como te lo pintan cuando eres una mocosa. Lo aprendí a base de golpes, traiciones y promesas rotas. Durante años me oculté de las sombras del pasado que se aferraban a mi piel como garras, hasta que, por un breve momento, creí que el cielo me había concedido una tregua. Qué ingenua fui. Pensé que el infierno se había apartado de mí, sin saber que solo se estaba riendo a mis espaldas.
Me juré a mí misma que no caería otra vez, que me endurecería, que me convertiría en algo más feroz que el miedo mismo. En esta ciudad llena de bestias, o devoras... o te devoran. Y yo nunca sería la presa.
Por eso, no me tiembla la voz cuando enfrento a ególatras como Giorgio Lombardi. Tipos como él creen que pueden poseerlo todo, pero carecen de alma y presencia. Son gritos vacíos disfrazados de poder. Me repugnan. Sin embargo, él... él es diferente.
Rey, le dicen.
Su sola presencia lo transforma todo: su mirada atraviesa, su porte impone, su paso arrastra el mundo como si fuera el mismo Hades. No sonríe, no vacila, no suplica. Es un pecado con traje y corbata, un dios oscuro que juega a ser humano... y lo hace mejor que cualquiera. Y yo, a pesar de las advertencias, me consumo en su fuego. Porque no hay luz capaz de hacerme olvidar la oscuridad que habita en sus ojos.
Si tengo que arder en su infierno, que el mundo arda conmigo.
Vienen por nosotros.
Pero subestimaron algo: cuando tocan lo que más ama, el rey deja de serlo y se convierte en cazador.
Y entonces, no hay ley ni perdón. Solo un hombre dispuesto a reducir el mundo a cenizas... por su reina.
Y su nombre es, Rhett Salvatore.