Sin dudarlo ni un segundo cogí los auriculares y empecé a correr, ¿destino? indefinido, lo único que sabía con seguridad era que no quería estar más tiempo ahí, rodeada de inútiles mentes vacías. No había nada más reconfortante para mí que correr a máxima velocidad con música en los oídos. Paré cuando noté que mis músculos me lo pedían a gritos, cuando apenas podía respirar, a unos 10 kilómetros de la ciudad. Inconscientemente mis piernas habían cogido el camino que llevaba hacia el lugar más temido para algunos, y más querido para otros como yo. Era el único lugar en el que me sentía realmente bien, lleno de flores y con una mariposa en cada una de ellas, se oían pájaros cantar, libélulas revolotear y ranas croar. La brisa, uno de los mejores elementos de ese lugar, una brisa templada que golpeaba en tu cara dejándote con el olor a hojas y a tierra mojada. ¿Por qué le temía la gente? Simplemente porque estaba aislado de todo, no había nada más en 10 kilómetros a la redonda, temían a que les cogiera la noche al volver a casa, temían a la soledad, sin saber que naces solo y mueres igual, temían a la oscuridad,sin saber que siempre nos rodea, que siempre esta al acecho esperando al mínimo fallo para actuar. Sin saber que hay veces en las que es mejor estar solo, que mal acompañado, que es mejor poder gritar a pleno pulmón o llorar a moco tendido sin que nadie te pregunte qué hay de nuevo. Yo en cambio, al no tener a nadie en quien confiar, confiaba en ese lugar. Me traía buenos recuerdos, y me transmitía buenas vibraciones. Está claro que era de las pocas personas que no temían a la oscuridad, al contrario, era mi fiel aliada.
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