Se dice que los más afortunados padecen el síndrome de Alejandría, pero Gemma fue una excepción. Unos ojos morados no hicieron que su padre estuviera presente en su vida, ni le apareció dinero para escapar de la pobreza o le dio la cura de la grave enfermedad de su madre. Gemma no se sentía especial con esa peculiaridad, menos afortunada a que no llevará a nada con eso, añadiendo haber heredado una deformación en su dedo índice, hasta que todo cambió cuando una persona con esa misma deformidad se presentó ante ella sin saber que ese suceso le cambiaría totalmente la vida.
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