Quiero envejecer como los andenes.
Como los soportales de las estaciones de tren.
Guarda tanta belleza el óxido
las humedades
la tristeza de los arboles.
El fantasma de un silbido que ya no existe
Tanta belleza:
la piedra negra de cantos rotos,
el aullido de las soledades que se quedan.
Solas. Espera eterna.
Quiero hacerme vieja como los trenes.
Se les ve partir cansados,
casi arrastraste a destino.
Hay tanta belleza en la herrumbre borrando distancias,
enredando caminos,
acortando espacios.
Chirrían contra los raíles los años, los desengaños.
Me hago vieja:
se resbalan a borbotones las edades de mis bolsillos.
Y llega el óxido y la piel caída y los pies cansados.
La espalda como las curvas de los túneles.
Romos los hombros y pesada la memoria.
Me hago vieja; y
quiero que me mires, vieja, como se mira siempre a los andenes
[con la impaciencia de ver llegar al tren,
clavados los ojos esperando asomar el vagón primero,
intactas las ganas]