Siempre he creído que las almas rotas están destinadas a encontrarse; es como si existiera un hilo invisible que las guía hasta su reencuentro. Así que no me sorprendió cuando, en medio de toda la luz de un pequeño pueblo, encontré a una figura hermosa eclipsada por la oscuridad. Su nombre era Evangeline, pero prefería que la llamaran Evan. Evan era una chica solitaria y reservada, que vestía ropa negra todos los días. Le encantaba escuchar música y siempre llevaba auriculares alrededor de su cuello. No tenía muchos amigos, de hecho, solo tenía dos: un cachorro llamado Eros y su amigo de la infancia, Ethan. A pesar de aparentemente llevar una vida de felicidad, su mirada estaba vacía y su aspecto, cansado. Parecía perdida, como si siempre estuviera librando una batalla en su mente. Supongo que las almas rotas saben reconocerse, porque desde el primer momento en que la vi, noté sus gritos silenciosos rogando por ayuda, en una noche de Octubre que nunca olvidaré.