Lo conocí una tarde de otoño. Por un momento las hojas comenzaron a caer con más parsimonia mientras el sol se escondía, los niños se metían a sus hogares y algunas tiendas ya comenzaban a cerrar. Recuerdo que no se movía, estaba pero no estaba, se encontraba absorto en el hermoso paisaje que nos rodeaba. Tuve miedo un segundo, mi dedo índice tembló en un tic, y por alguna razón decidí hacerle caso a mi cerebro e irme directo a casa, donde estaba a salvo de él.
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