1 part Complete Desde que Lando Norris fue adoptado por Toto Wolff, la Fórmula 1 nunca volvió a ser la misma.
El rumor empezó como un chisme de paddock: que Toto, el intimidante CEO de Mercedes, había adoptado oficialmente a Lando como su hijo Omega. No porque Lando lo necesitara-tenía una carrera en ascenso y un equipo que lo quería-sino porque Toto se había encariñado tanto con él que ya lo consideraba suyo. Literalmente.
Y para Toto, lo que es suyo, no se toca.
Pero el problema era que Lando era... adorable. Demasiado adorable para el bien del paddock.
Alto, con mejillas suaves, siempre sonriendo, abrazando a todo el mundo, y con un aroma dulce que volvía locos a los Alfas, especialmente cuando estaba feliz (lo que era... siempre). Para los otros pilotos, Lando era irresistible.
Max Verstappen intentó acercarse primero. En el hospitality de Mercedes, nada menos.
-¿Qué tal, Lando? -dijo con una sonrisa ladeada-. ¿Te gustaría venir a ver una peli conmigo esta noche? Podemos cenar... solos.
Toto apareció detrás como una sombra. Max sintió una mano en el hombro.
-¿Te gustaría tener una multa de tres ceros? Porque eso es lo que cuesta intentar invitar a MI hijo, Verstappen.
Max huyó.
Luego fue Charles Leclerc, con un ramo de flores y una sonrisa más nerviosa que encantadora.
-Monsieur Wolff, solo quiero llevar a Lando a un café. Nada romántico...
-¿Sabes qué más se toma con café? ¡Pastillas para el dolor, cuando termines en el hospital! -gruñó Toto-. Fuera de aquí, Leclerc.
Papi Toto al rescate