Sin novio y sin desear uno, Neve Ellaquin se despertó el primero de diciembre sin expectativas. Esperaba lluvia, porque la lluvia era tan característica de un día de diciembre como los zorros hambrientos. Y esperaba tranquilamente, porque eso era lo que tenía de sobra desde que los gemelos murieron juntos, a finales de verano, dejándola sola en este lugar a oscuras. Esperaba, rotundamente, una cucharada colmada del mismo terror doloroso que le había servido noviembre, solo que más frío. Así eran las cosas tal como las conocía Neve: no había sorpresas buenas, solo malas.All Rights Reserved
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