"¿Hasta dónde es capaz de excusar el fin los medios de un acto cruel?" La pregunta del demonio se desliza en el aire como un eco de condena, resonando en el vacío blanco. El humano, con un temblor en la voz y una sombra de desesperanza en sus ojos, responde: "No lo sé." "¿Hasta dónde se puede defender?" La voz del demonio es una marea de incertidumbre que arrastra todo a su paso. "No lo sé," repite el humano, con una tristeza que parece ser el reflejo de un alma rota. "¿Eres villano o víctima?" La pregunta es un relámpago que ilumina la oscuridad de la existencia, revelando las dualidades más profundas de la condición humana. "¿Eres el bueno o el malo? ¿Quieres morir en el intento o vivir para sufrir?" El humano, con un respiro entrecortado y un semblante desgarrado, responde con la crudeza de quien ha aceptado el peso de su destino. "No lo sé." El demonio, con un brillo cruel en sus ojos, observa al humano con la frialdad de un testigo de la desesperación. "¿Así que tienes el corazón roto, arrancado, malherido y asquerosamente perturbado por la culpa de una mujer?" "Sí, y quiero un trato," responde con la determinación de quien está dispuesto a pagar cualquier precio por la resolución de su tormento. "¿Estás seguro?" La pregunta del demonio es una sentencia de perdición, un desafío a la claridad de la decisión. Su tono es una marea que amenaza con arrastrar al humano hacia el abismo de la desesperación. "Sí," afirma el humano. "Saberlo puede quitarte la cordura y algo, algo debo tener a cambio de conceder tu petición. Ojo por ojo y diente por diente, así funcionan mis tratos." "No importa," dice el humano con una firmeza que es tanto valentía como desesperación. "Entonces, ¡dime su nombre y te contaré el porqué terminó así tu triste existencia! ¡En este estado miserable!" La voz del demonio se alza en una exclamación de desafío, un grito que resuena en el vacío como una sentencia irrevocable. "Medea," respond
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