El terror se aferra a la psique humana como un depredador insaciable. Es un lamento trágico que se infiltra a lo más profundo del ser, consumiendo la paz y la libertad. Cada latido del corazón se convierte en un eco de ansiedad, haciendo que cada respiración sea un recordatorio de la agonía inminente. La mente se convierte en un escenario lúgubre, donde las sombras cobran vida y los demonios internos emergen las lóbregas profundidades. El alma, corroída por el miedo, tropieza entre pesadillas sin fin y una realidad distorsionada. Los gritos desgarradores quedan atrapados en la garganta, incapaces de escapar de la prisión mental que se ha creado. Las cadenas invisibles del terror se vuelven más fuertes cada día, arrastrando a la persona hacia una espiral descendente hacia el abismo de la desesperación. La cordura se desvanece gradualmente, dejando solo el eco retorcido de risas macabras y lamentos angustiados. En el oscuro abismo de la mente, lo desconocido se convierte en un monstruo devorador de almas. La realidad se desliza por los dedos como la tierra entre los muertos, dejando solo oscuridad y el rastro de un escalofrío en la columna vertebral. A veces el verdadero terror reside en el interior de la mente, acecha en las sombras de nuestra propia existencia.
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