Altair llevaba años con el sueño de ser escritor paseando discretamente por su cabeza. No es que deseara la fama y el dinero que habían logrado ciertos novelistas reconocidos, simplemente le gustaba pensar que algún día podría vivir -o al menos malvivir- de sus historias del mismo modo que un profesor vive de sus clases o un doctor de sus consultas. El problema, sin embargo, era que aquel utópico sueño no le daba de comer todavía, y aunque en un principio había mantenido a raya sus escasas facturas con los pocos ingresos que recibía por cuidar a una anciana, las mismas empezaron a acumularse en la encimera de la cocina cuando la mujer murió. Cómo el muchacho tenía tan pocas ganas de volver a casa de sus padres como ellos de recibirlo de nuevo, tomó la determinación de salir del primer tropiezo económico de su vida aceptando un puesto de trabajo en una cafetería cercana a su apartamento, y fue en ese trabajo donde conoció a Elisa Miler, una mujer que cambiaría su vida por completo y le daría un nuevo significado a la palabra amor.