Ana María creció escuchando las historias sobre la Diablada contadas por su abuela Rosalinda. Sin embargo, viviendo en la moderna ciudad de Santa Cruz, nunca había presenciado la majestuosidad de este ancestral baile. Hasta que un día, una carta sellada con el emblema de la familia llegó a sus manos. Había sido seleccionada para participar en la próxima Diablada en Oruro. Con sentimientos encontrados y la bendición de su abuela, Ana María decidió embarcarse en esta aventura.